Programados para sobrevivir – Epigenética y la formación de la Persona
Este blog explora cómo nuestra biología heredada y el entorno interactúan para moldear la persona—la máscara que usamos para adaptarnos y sobrevivir. Basándose en conocimientos de la epigenética, revela cómo el trauma, el estrés e incluso las experiencias ancestrales pueden influir en la expresión genética y los patrones emocionales. El artículo invita al lector a comprender que la persona no es solo psicológica—también es biológica. Al tomar conciencia de estas capas profundas, se abre la posibilidad de una sanación consciente, mayor autenticidad y la transformación más allá de lo que hemos heredado.
BIOLOGÍAHUMANIDAD
7/4/20252 min leer


Desde antes de nacer, nuestros cuerpos ya están respondiendo al entorno. Las experiencias de nuestros padres, sus traumas no resueltos, incluso los niveles de estrés o nutrición durante el embarazo, todo deja huella. La ciencia de la epigenética ha revelado que no solo heredamos genes, sino también instrucciones sobre cómo se activan o silencian. Esta programación influye profundamente en cómo sentimos, pensamos y nos comportamos.
Y así, la persona—ese conjunto de máscaras y roles que adoptamos para encajar—no nace únicamente de nuestra psicología. También está escrita en nuestro cuerpo. En nuestros genes.
Epigenética significa “por encima del genoma”. Es el campo que estudia cómo el entorno puede activar o desactivar ciertos genes sin alterar la secuencia genética en sí. Estrés crónico, trauma infantil, relaciones abusivas, incluso la pobreza pueden modificar cómo se expresa nuestro ADN. Lo que comienza como una respuesta de supervivencia puede volverse un patrón heredado.
Ejemplo: si una abuela vivió una guerra o una hambruna, su cuerpo pudo haber activado genes relacionados con el miedo, la hipervigilancia o la retención de energía. Estos marcadores pueden transmitirse a nietos, quienes nacen con una sensibilidad más alta al estrés o a la desconfianza.
La persona no es solo una invención social o psicológica. Es también una estrategia biológica. El sistema nervioso, desde edades muy tempranas, comienza a adaptar nuestra forma de ser según lo que percibe como amenaza o seguridad.
Un niño que ve a sus padres pelear constantemente puede desarrollar un “yo” complaciente para evitar conflictos.
Alguien que nace en un entorno impredecible puede volverse controlador o rígido para sentirse seguro.
Una persona con una herencia de trauma colectivo puede adoptar roles sociales que buscan aceptación o invisibilidad.
Estas adaptaciones no son fallas. Son genialidades del cuerpo para sobrevivir. Pero con el tiempo, si no se cuestionan, se vuelven limitantes.
Sí. La epigenética también muestra que nuestros hábitos, relaciones, alimentación, entorno y prácticas como la meditación, el movimiento consciente o la terapia, pueden influir positivamente en la expresión genética. No estamos condenados a repetir lo heredado.
Cuando empezamos a observar nuestras reacciones no como verdades, sino como programas, ganamos poder. La autocompasión, la respiración consciente y el permiso de sentir sin juicio abren espacio para que la persona evolucione.
Comprender la influencia epigenética sobre nuestra identidad nos permite soltar la vergüenza y abrazar la humanidad. No elegimos cómo empieza nuestra historia, pero sí cómo continúa. La persona fue necesaria para sobrevivir. Ahora podemos elegir vivir.
Al reconocer nuestros patrones como antiguos reflejos de protección, podemos agradecerles… y luego dejarlos ir. En su lugar, dejamos que la vida se exprese a través de nosotros, no como defensa, sino como presencia viva.
La transformación no viene de pelear con el pasado, sino de habitar con amor el presente.
